En estos días de la Feria de Almería recuperamos las Carreras de Cintas de 1902
Amalia y Ángeles Paniagua Porras,
bordaron sus cintas en rosa y en oro. Había que llevarlas pronto, al
establecimiento “Tejidos Filipinas”
de los Hermanos Batlles, en la calle Real. Allí, los primorosos trabajos,
serían expuestos en sus escaparates hasta el día de la carrera. Era el verano
de 1902, las jóvenes de la burguesía Almeriense se afanaban en bordar y pintar
sus cintas. Sus nombres, sus iniciales se adornaban junto al escudo de Almería,
flores o pájaros. Conforme se recibían las cintas, la comisión fue repartiendo las invitaciones a los palcos
entre las muchachas.
Los Hermanos Paniagua Porras
estaban dispuestos a no pasar desapercibidos en aquella feria. Pepe, con un
magnifico traje de jockey saldría de caballista en la carrera de cintas. Julio,
preparó su traje corto de torero, pues sería uno de los dos valientes matadores
de la novillada. Las hermanas Paniagua, como el resto de las muchachas,
ataviadas con madroños, blondas blancas y mantillas, adornaban con flores su
pecho y cabellos. Enrique preparado con su cámara, para inmortalizar aquella
tarde.

El Círculo Mercantil y la
Sociedad de Sport “La Montaña” se afanaban en preparar algunos de los
actos que animarían el programa de fiestas, entre ellos, la tarde de la
tradicional Carrera de Cintas y la Novillada. La Montaña, llevaba años impulsando esta
becerrada de aficionados y el torneo de
cintas, en las que participaban caballistas y ciclistas. Aquel año, las casetas
de los Feriantes se habían instalado en la parte baja del Paseo junto la plaza
Circular, quedando la parte alta para el paseo de los transeúntes.
Eran las
tres de la tarde del día 28 de Agosto, la Plaza de Toros rebosaba colorido y
alegría. Abierta a todo el público, fue el acontecimiento más popular de la
feria, una oportunidad para los más humildes de incorporarse a la fiesta. La
aglomeración en palcos y tendidos fue tal, que muchas familias se tuvieron que
quedar en la calle. Hora tan calurosa, solo se remediaba con una plaza cubierta
de gorras, sombreros y sombrillas.
En el centro del redondel, se dispuso un precioso y elegante
escudo de Almería, realizado con serrín de corcho de colores. El corcho, una vez más, no solo
servía para acomodar nuestros racimos de
uva, en los barriles que viajaban por todo el mundo, sino que fue utilizado
como materia de ornato dando color al albero del ruedo.
En el palco presidencial,
resaltaban con su belleza, las cuatro jóvenes elegidas este año para presidir
la fiesta: Juana Cassinello, Ángeles Manzano, María Rocafull y Rosa Maura.
Los ciclistas fueron los primeros
en desfilar, compitiendo en recoger las numerosas cintas regalo de las
muchachas, colocadas en las barreras.
Siguió la tarde, con la novillada
de los cuatro becerros, por los dos matadores aficionados Julio Paniagua y
Joaquín Morcillo, con sus correspondientes cuadrillas. No faltaron revolcones,
sustos, carreras y escenas cómicas. Como dicen en Almería “los cuerpos
muertos” de tanto reír.
Julio, desplegó todo su encanto en repertorio de
chirigotas y bailoteos, hasta verificar la arriesgada suerte de ”Don
Tancredo” con uno de los bichos.
Terminó
la fiesta con la carrera de los caballitas, entre los que destacó José
Paniagua.
Las cuatro señoritas nombradas
para presidir la fiesta, obsequiaron a
los participantes con dulces, cigarros habanos y otros regalos. Más de un
empujón se vio entre la chiquillería por
alcanzar los preciados dulces que se lanzaban desde el palco.
A las 6 ½, terminada la fiesta, el gentío se
desplazó hacia el Paseo, con un desfile
por la ciudad de carruajes adornados de flores que llevaban a las bellas
señoritas, escoltadas por ciclistas y jinetes.
Julio después de esta tarde de
gloría, quedó invitado para repetir en la feria del año siguiente. Enrique,
moviéndose entre tendidos y barreras, dejó estas maravillosas fotografías,
estos momentos de felicidad.
Las
fotografía la conservaba en Madrid, su nieto Enrique Paniagua García .
Texto: publicado en el boletín Museos de Terque nº 81